Creemos en los que nos alivia, creemos en lo que nos reconforta; creemos en lo que nos da cierta sensación de paz y nos anima a levantarnos al alba. Todos poseemos una creencia en algo, no me refiero a un dios o a alguna entidad sobrenatural... Me refiero a que creemos en nuestros sueños, en nuestros anhelos, creemos en nosotros mismos y en nuestra capacidad de superarnos. Un efímero credo es eso, la creencia en los pequeños detalles, en las pequeñas cosas que están ahí afuera, esas tonterías que quizás no apreciamos, pero tonterías que si creen en nosotros. La vida es algo etéreo, que triste debe ser vivir sin creer en algo.
Un Efímero Credo
Creo en un dios que no es todopoderoso; un dios que
no nos hizo a su imagen y semejanza, sino más bien, un dios que intenta
asemejarse a nosotros. Creo en el universo, en las estrellas, en las energías
que envuelven lo vivo y se llevan lo muerto, no creo en un hombre de barba
blanca sentado en un trono de oro, creo que dentro de todos nosotros hay un
pedazo de dios que crece en la medida en la que ayudamos a los otros.
Creo en los ángeles y creo en los demonios, somos
solo las piezas de un juego llamado Libre
Albedrio, y ellos sentados; bebiendo y fumando, apuestan por nosotros. Creo
que no hay ganadores ni perdedores, creo que cada quien decide a que causa
pertenecer, y cada quien recibe, lo que su alma sea capaz de acoger.
Creo en la ira de Hades, él alguna vez sintió, el
alguna vez creyó; creo en él pues fue un hombre engañado, dejado atrás por sus
propios hermanos, dejado en el fondo del abismo custodiado por Tánatos. Creo en
el dolor de Hera, pues ella solo pretende ser una esposa fiel, y que él la ame
como ella a él; creo en su veneno, porque toda víbora ataca cuando tiene
razones para hacerlo. Creo en los que no creen, ellos tendrán sus razones,
quizás están agotados de orar y no ser escuchados; hay oraciones que se van
pero nunca llegan.
Creo en el vuelo de las aves, que van y vienen con
el viento, que saben cuándo irse porque se acerca el invierno y siempre vuelven
cuando regresa el verano. Creo en los canes, firmes y leales, que aunque les
den con el mazo y con el puño cerrado, aun inclinan la cabeza al ver a su amo.
Creo en las bestias salvajes, ya que para ellas un día más es sagrado, pues si
no cazan, son cazados.
Creo en los espirales, creo en el retorno de lo
dado, creo en el flujo constante de los ríos, creo, pues, en el ciclo de la
vida, el agua de lluvia al cabo del tiempo vuelve a ser cielo; el hijo rebelde,
ya maduro vuelve a los brazos de su madre, cenizas fuimos y cenizas seremos.
Creo en la simpleza de la vida y en la humildad de la tierra, ya que todo lo
que la existencia nos da, en algún momento nos lo quita.
Creo en las costras que no se caen, creo en las
cicatrices que no sanan, creo en las sonrisas que ocultan el dolor y en las
risas que anestesian las heridas. Creo en los escudos rotos, porque todo
soldado, necesita quitarse la armadura, bajar la guardia y soltar la espada; el
guerrero también es humano, por más rígido que parezca. Las torres por mas
indestructibles que se vean, muestran sus grietas del tiempo con orgullo y de
vez en cuando flaquean.
Creo en las hojas de papel, en los lienzos nuevos y
en la masa sin forma, ya que estos se convertirán en lo que nosotros queramos o
no ver. Creo en el espacio vacío, creo en aquellos momentos en los que solo
estas contigo mismo. Creo en el tiempo, pues él es independiente y no espera
por ti ni por nadie, te invita a correr junto a él y tú decides si a su lado,
alcanzar la meta. Nuevamente, creo en el tiempo, a él no le avergüenza su
pasado, él se sorprende cada día con su presente y espera ilusionado su futuro.
Creo en el otoño, aquel momento en el que te
acuerdas que amas los árboles, pues se están desvaneciendo y se marchitan.
Creo en mi propio ser, pues es el único que entiende
lo que yo siento. Creo en la empatía, el acto más noble del ser humano, el acto
de amor más sincero para con el otro, pues no es fácil ponerse en los zapatos
ajenos, y más difícil aun es, cuando estos zapatos aprietan. Creo en la pequeña
luz que brilla dentro del olvido, por más que la oscuridad la envuelve, ella
sigue ahí, brillando a costa de un suspiro.
Creo en los besos largos, en las miradas furtivas y
en los abrazos intensos, este es el único idioma que entienden los enamorados.
Creo en los amantes, pues ellos conciben el valor de unas pocas horas y unas
largas semanas distantes.
Creo en la simetría entre el sujeto y el objeto, creo
en la medida equilibrada del “yo” y el “nosotros”, creo en el “tú conmigo” y
creo en el “somos” y el “seremos muy pronto”. Creo que más vale conocerse a uno
mismo, que pretender conocer al otro, pues no sabemos quiénes son el resto,
pero si sabremos quienes seremos nosotros.
Y sobre todas las cosas, creo en los estados de
ánimo, creo en el llanto seco, creo en la felicidad volátil, más que nada; creo
en la inocencia, en la dulzura y en la lealtad; creo en la bondad, en la
belleza y en el saber; creo que somos seres que nacemos con gracia, pero la
perdemos por querer más.
Creo en lo efímero, en lo etéreo, en lo pasajero, en
la estela de los cometas; pues hoy puede ser que crea en una cosa, pero mañana
puede que crea en otra.