Una narrativa
breve, sobre un ser humano que anhela con fervor a otro; sin entender porque la
vida cortó el hilo rojo que los unía. Una carta escrita por él, que sin darse
cuenta tardó años redactando y ahora que ha pasado el tiempo; es hora de darle
un punto final y enviarla a su destino.
Cartas a la
Ausencia es literalmente eso, una nota escrita con las lágrimas del olvido dirigido
realmente a nadie, al ensueño, a la soledad, a la falta de algo; de alguien. La
ausencia de su perfume lo intoxicó de vacío y ahora se asfixia entre su propio
aliento que pide auxilio desesperado...
Escribir cartas
implica narrarte a ti mismo; en vez de voz, utilizas tinta; en vez de mirar a
los ojos, dejas que tus palabras penetren sus latidos y atraviesen lo más
profundo del alma del ajeno que, por sorpresa, recibe un recordatorio; una nota
que dice, quizás implícitamente: te extraño todos los días.
Esta breve
historia no promete ser placentera, pues implica tristeza. La soledad es buena
a cuenta gotas; no si dejas que te inunde por completo la habitación y la
oscurezca.
“Consideraba
como una burla de su travieso destino haber buscado el mar sin encontrarlo, al
precio de sacrificios y penalidades sin cuento, y haberlo encontrado entonces
sin buscarlo, atravesado en su camino como un obstáculo insalvable.”
Cien Años de Soledad.
-Gabriel
García Márquez
Te escribo, desde un lugar muy lejano, muy
lejos de aquel distrito en donde nos conocimos; te escribo desde una era que
quizás ya no recuerdes; donde el tiempo realmente no pasa y la brisa no agita
el cabello. Te escribo a ti y solo a ti; te extraño, porque recordé cuando nos
mirábamos; te escribo porque sentí que debía hacerlo, porque sentí que te
necesitaba, sentí que todavía había en mi algo de ti, oculto en lo más profundo
de mi decrepito ser; te escribo estas palabras porque mi alma ya no podía
guardar lo que tanto he querido decirte todos estos años, un alma asustada que
corrió sobre tus pómulos brillantes y se dejó llevar entre los deslices de tu
cuerpo, un cuerpo que se unió con otro ya marchito que postrado en una cama, te
recuerda desde que nos alejamos; te escribo porque hace mucho que percibo tu
olor, hace mucho que volví a sentir tu tacto, hace mucho que sentí de nuevo que
estabas presente, pero creí que me estaba volviendo loco, luego recordé que ya
lo estaba, justo antes de tu partida y mucho más luego de ella.
¿Sabías que pasé un tiempo sin escribir?
Si, pasé años sin sentarme a narrar. ¿Te acuerdas cuando escribía por horas? Escribía
sobre el amor, sobre la infancia, la inocencia, la soledad, el misterio, el
dolor; con un café y un cigarro en la mano, inhalando el humo así como inhalaba
tu perfume en las noches más intensas del año; escribía sobre ti, sobre mí,
sobre nosotros ¿Lo recuerdas? Espero que sí, porque yo si recuerdo cuando me
sentaba en la mesa de la sala que tanto te gustaba, esa marrón con las grietas
en las patas; esa de madera vieja que decías que te recordaba a tu abuela, a
sus tortas de ciruela; que te recordaba a tu país, a tu ciudad, a tu pueblo, a
tu tierra; esa mesa donde hicimos el amor con celo y pasión; esa mesa donde
cenamos, desayunamos, merendamos y almorzamos codornices; esa mesa, esa sala;
en donde te quise, en donde pintabas, en donde me gritabas que estabas harta de
mis problemas, de mis injusticias; esa sala donde nacieron ellos, esa sala
donde te miraba pasar con tu periódico y te daba los buenos días con un beso
furtivo en la prisa de los años maduros de la gente de sociedad, esos besos que
no se sienten realmente, que solo son un contacto piel con piel; esa sala de
nuestra casa, esa casa de nuestra historia, esa historia de nuestra vida, esa
vida que compartí contigo; se me aguan los ojos al pensar en ella. Esa vida
que amé con tanto placer que me dan escalofríos al solo pensar que lo viví en
carne propia, que no es producto de mi imaginación; que me eriza la piel y
me hace darme cuenta de otra brisa fresca que me seca el sudor que corre en mi
frente. Esa casa donde te vi madurar, crecer, envejecer, esa casa donde te vi
partir por la puerta de atrás, ya que siempre pensaste que la principal era
para la vida, no para la muerte.
Te amo aun, aunque me hayas dejado, aunque
me hayas tirado, aunque me hayas abandonado; te amo con la misma energía y la
misma alegría que nos unió; te amo porque si, te amo porque me da la regalada
gana, te amo porque así lo quiero yo, te amo porque así lo quiere Dios. Te amo
aunque te hayas ido lejos con quien sabe quién. Sabes… Te amo aunque aún las
sabanas huelan a ese líquido amargo de las lágrimas que derramé… Lo sé, siempre
he sido un sentimental empedernido, pero siempre estuviste ahí para limpiarme
las mejillas húmedas, saladas. Siempre estuviste ahí para abrazarme y
acurrucarme entre tu calor y tus ropas limpias, esas ropas que aun siguen en
nuestro armario, ese armario que llenaste de sueños, de vivencias; de tantas maravillas
que si las enumero todas me terminaría de morir. Gracias. Gracias por haber
formado parte de mi vida, gracias por tantos años compartidos, gracias por
haber dejado una parte de tu espíritu en mi ser, gracias por haber dejado en la
casa tu aroma a mujer fugaz, a estrella volátil, a fuego artificial; gracias
por haber dejado en mi piel ese combustible que corría por tu sangre, gracias
por todo, gracias por todo lo bueno y gracias también por todo lo malo; igual
lo amé, ¿Lo sabias? No lo sabias quizás, pues así es, amé todo de ti, tus
imperfecciones, tus errores, tu manera de carraspear cuando fumabas, tu perfeccionismo,
tu malicia, amé todo; esa mirada de odio que lanzabas cuando alguien te reprendía,
esa voz de desaprobación cuando las cosas no salían como querías.
Te deseo lo mejor, deseo que cuando leas
esta carta, sonrías y recuerdes el pasado tanto como yo lo he hecho en este
tiempo, deseo que los blancos destellos de tu sonrisa irradien la misma luz que
iluminaba mi rostro en las noches más oscuras de mi vida; deseo que te peines
el cabello como lo hacías cuando te sonrojabas; deseo que mires a los lados
como cuando te sorprendía; deseo que juntes las piernas como lo hacías cuando
estaba a punto de hacerte el amor y te avergonzabas; deseo que te olvides de
todo lo que no seamos tú y yo, y aparezca en tu memoria la misma cama donde
dormimos en inviernos y en veranos, en las primaveras más coloridas y en los
otoños más lluviosos.
Valoré lo sencillo ¿Lo sabes? Valoré todo
lo que hiciste por mí, valoré lo más pequeño, lo que quisiste hacer, lo que
hiciste sin querer; valoré el aire que respirabas; valoré el latido de tu
corazón, valoré la inocencia de tus hijos que te aferraste a proteger; valoré
absolutamente todo lo que tenía que ver contigo; los detalles que arreglabas. Las
pequeñeces de las esquinas que nadie veía, yo las veía. Yo te veía, me
regocijaba viéndote, me regocijaba mirándote por encima del papel que escribía mientras
tú llamabas a tus padres cuando sufrías de espasmos de nostalgia; valoré y
disfruté esa forma de caminar que reconocía solo al oír tus pasos, así
estuvieses descalza, así tuvieses zapatillas; como a la cenicienta, te hubiese
buscado en lo más recóndito del planeta, hasta las fronteras más alejadas de
nuestra tierra, si hubieses perdido los pasos que tanto amaba escuchar.
¿Te comenté que había dejado de escribir?
Si, hace mucho que lo deje, no sé porque, no fluían las palabras, tenía un
bloqueo, era como tener algo atascado en la garganta, algo atorado en los
pulmones, un coágulo de sangre en las arterias; no pasaban las palabras, no
pasaban las ideas, antes para mí un papel en blanco era una puerta a lo más
profundo, a lo más recóndito, a lo más lejano; una abertura a la creatividad del
universo, a los planetas del Principito, a la inocencia del niño interno que
todos terminamos encerrando en una bóveda de cristal cuando alardeamos que
hemos madurado; una hoja en blanco no era una hoja en blanco, era más bien un
plano esperando una construcción, era el material perfecto para forjar un
futuro, para recordar el pasado o para disfrutar mucho más el presente; era un
universo esperando su bigbang para nacer y alojar vida en su interior. Una hoja
en blanco para mí era la cazuela de una sopa; la semilla a punto de germinar. Para
mí una hoja en blanco era tu piel esperando ser descubierta por el peor de los
piratas, para mí una hoja en blanco era tu rostro esperando ser besado de mil
maneras, una hoja en blanco era tu sexo esperando ser amado sin cortesías ni
explicaciones, una hoja en blanco representaba nuestra vida y yo estaba dispuesto
a ser el dios que llenara ese vacío con la creación. Por cosas del destino, del
diablo dirían… Perdí la inspiración, cerré los libros, rompí los cuadernos, rompí
los lápices, tiré las tintas, olvide donde tú guardabas las pinturas, la máquina
de escribir se averió; el mundo dejó se ser interesante, ya la vida no me ofrecía
material nuevo que moldear, ya la vida me olvidaba en esos lugares donde la luz
no llega y el viento no atraviesa las paredes; el clima me dijo adiós y no
volvió a llover; mi lengua dejo de sentir sabor, mis oídos dejaron de escuchar
melodías, mi piel ya no sentía las caricias, mi nariz no encontraba el mismo
dulzor que me envolvía y mi mirada ya no veía nada bueno que valiera la pena perpetuar
en la inmortalidad del arte. Una hoja en blanco volvió a significar para mí lo
que significa para los mortales… Una hoja en blanco y nada más. Ya no
representaba para mí la vida; solo significaba lo inerte, lo muerto, lo sintético,
una más de las creaciones del frívolo hombre; un árbol marchito sin vida y decolorado.
Ya no me interesaban las palabras, solo encontré sosiego en las sabanas con tu
olor y en los cigarros asesinos que me fascina fumar…
Irónicamente… Perdí la inspiración, justo
cuando perdí a mi musa… A ti.
“Ella escribió, que la memoria es frágil y el
transcurso de una vida es muy breve y sucede todo tan deprisa, que no
alcanzamos a ver la relación entre los acontecimientos, no podemos medir la
consecuencia de los actos, creemos en la ficción del tiempo, en el presente, el
pasado y el futuro, pero puede ser también que todo ocurre simultáneamente.”
La casa de los Espíritus.
-Isabel
Allende
Hay dos tipos de personas en el mundo,
esos somos tú y yo; tú eres fogata, eres ceniza, eres humo, eres lava, eres la
llama que enciende las velas del comedor; eres la llamarada que incendia el
bosque de mi ser, que incendia todo a su paso, que lo devora como una bestia a
su presa, un depredador cazando a la cebra indefensa. Tu eres vida, eres
energía, eres luz, eres electricidad, eres bondad, eres alegría; eres todo lo
que le da vida a un cadáver, revives las hojas marchitas luego de haberlas
desprendido de su ramas y haberlas quemado en la fogosidad de tu ternura; así
eres tú, así eras tú. Para ti la vida es un juego, es una diversión, es un
casino en donde apuestas y siempre ganas, tú sabes jugar a vivir, tú naciste
con la carta ganadora, tú pasaste por esta casa y jugaste a ganar y lo
conseguiste; tú dominas las artes del encanto, las artes de la biología, las
artes de la paz y la guerra, tú decides si volar o nadar; eres ese tipo de
persona que tiene una butaca esperándola en el cielo, no por lo buena, si no
por lo experimentada; por lo sabia, porque en el cielo necesitan personas como tú,
personas que sepan de la vida, sepan vivirla, sepan jugar al azar y aunque
pierdan, mueren con elegancia; ya que así pierdan, siempre ganan.
Yo soy el otro tipo de persona, yo no
controlo el balance de la vida y de la muerte, yo no controlo el viento ni el
fuego, yo no creo incendios que arrasan los valles de la piel ajena, yo no
conozco el arte de crecer; nunca conocí el arte de manipular con la sonrisa, yo
no hago fluir la sangre en las venas de nadie, realmente yo no soy motor; yo
soy el tipo de persona que se adapta, yo soy el rio que fluye, yo soy el aire
que tu revuelves, yo soy ese vinotinto que corre a toda velocidad por los
caminos de la red vital, yo soy aquel que solo se deja llevar por la corriente
de tu huracán, yo soy el tipo de persona que disfruta siendo la veleta que se
mueve en las curvas de tu marea, en las olas de tu cabello; yo soy el que te
ama a costa de tu mandato, yo soy el que es dominado por tu belleza, por tu realeza,
por divinidad terrenal; tu eres la diosa y yo el mortal; yo fui tu marioneta y tú
la que movía las cuerdas; yo fui el escribano que redactó tus leyes.
Existen dos tipos de personas, en mi mundo
solo existen dos tipos de personas: tú y yo. Tú eres fuego, yo soy agua; tú
eres flor, yo soy tierra; tú eres brisa y yo soy un avión de papel. El problema
es que yo sigo aquí y ya tu llama se extinguió en mi cigarrillo; te has ido,
efímera como el fuego.
Que fastidio es vivir sin una razón que me
impulse a moverme, que me impulse a caminar, una razón que me saque de las
sabanas mohosas, de los convencionalismos mundanos. No se puede vivir sin
sentido, no se puede dormir sin sueños, no se puede pretender volar sin alas,
no se puede pretender respirar sin pulmones, no se puede criar a un niño sin
alguien que haga el papel de madre, o de padre. No se puede completar el triángulo
si le falta un lado… No… No… Yo no estoy dispuesto a vivir mi vida sin ti a mi
lado, no estoy dispuesto a seguir comiendo si no estás tú sobre mi regazo; no
quiero seguir escuchando música si no es la que a ti te gustaba escuchar en las
tarde del verano.
Te quiero ver, te quiero tocar, te quiero
sentir de nuevo aquí cerca de mi alma rota, no quiero seguir pintando sin algo
que retratar, no quiero llorar sin las lágrimas que me limpien las pupilas
quebradas, no quiero sufrir mas por ti, no quiero que sigas significando un
recuerdo imborrable como la tinta indeleble; estoy cansado ya; estoy harto ya,
quiero gritar tu nombre, pero no para enmarcarlo en los anales del tiempo, si
no para arrancármelo del pecho. Quiero muchas cosas, lo sabes, siempre fui
alguien que quiso más, mucho más, me recriminabas eso, que no me saciaba; que a
veces parecía inconforme con la vida… Y es la verdad, nunca me sacié de ti,
nunca me cansé de saborearte; nunca me canse de rozar mi dignidad en contra de
la tuya. Jamás me agoté de escuchar tu voz, de escuchar tu canto, tu llanto,
tus gritos, tu voz calmada, tu seriedad, tus mandatos; nunca me molestó ser tu
chófer, tu cocinero, tu amante, tu esposo, tu mecánico, tu masajista, tu sujeto
de pruebas macabras; jamás me molestó intentar complacerte, jamás me fastidiaré
de pensarte, al menos hasta que la memoria no me alcance más, hasta que se me
agote la vida en tu recuerdo, hasta que tu fotografía en la pared de mi cuarto ya
no me duela más, no me abra más la llaga, no me siga torturando como ya lo
hace. A veces eres miel para mis comidas, pero a veces eres sal para mis
heridas.
“Si
yo ordenara -decía frecuentemente-, si yo ordenara a un general que se
transformara en ave marina y el general no me obedeciese, la culpa no sería del
general, sino mía”.
El Principito.
-Antoine
de Saint-Exupéry
Vivir sobre la decadencia no es factible
para la salud, no es sano, no es correcto; realmente me siento fuera de mi
cordura a estas alturas… Quiero que sepas que esta carta no te la he escrito en
un solo día, te la comencé a escribir un día, hace ya mucho tiempo atrás y he
seguido haciéndolo a lo largo del tiempo; espero algún día terminarla, espero
algún día cerrar este capítulo en mi vida y dejarte ir de una vez por todas;
guardar los portarretratos de nosotros en algún álbum viejo y tirarlo en el
sótano oscuro que se traga lo indeseable; tomar tu ropa y botarla, quemarla o
quizás regalarla a personas que lo necesiten. Quiero terminar esta carta para
terminar contigo; no es que ahora sigamos juntos, tú colocaste un punto final
hace mucho tiempo, tú decidiste terminar esto el día que te fuiste sin avisar…
Ya yo tenía cierta idea, tenía cierta incertidumbre desde hace mucho tiempo
antes de tu salida inesperada; ya había señales, ya había fisuras, ya había signos
que delataban tus intenciones. Me quise mentir, me quise engañar a mí mismo; fingía
que todo estaba bien; entraba a tu cuarto y te sonreía mientras tu mirabas la
televisión que ciertamente nunca te gusto ver, decías que era el acto más
deprimente en el cual un ser vivo podía perder todo su tiempo y toda su
vitalidad; te sonreía mientras cocinabas, me reía cuando decías tus comentarios
sarcásticos sobre la política de los embajadores hipócritas que amabas
insultar; me acuerdo de las noches largas en las que no dormía velándote el
sueño, sueños que seguramente tenías en otro sitio, en los que te transportabas
a otras dimensiones; en donde quizás estabas con alguien más, alguien más
cercano que yo… Te cuidaba de día, en las tardes, en los crepúsculos más
nostálgicos de nuestros últimos años juntos. Añoro aquellos tiempos cuando
insistías en que nos sentáramos afuera, que querías ver los amaneceres, que querías
fotografiar los ocasos, que te gustaba ver la salida y la entrada del sol; me
martillabas diciéndome que confiabas plenamente que un día más significaba la
posibilidad de seguir creyendo fervientemente en tus metas; que una vuelta más
sobre nuestra propia tierra significaba la oportunidad de un beso más.
Me besabas distinto, me acariciabas
distinto, hasta tus ojos pasaban de mí; tus recuerdos me acobardaban a veces,
tus pensamientos me daban ganas de llorar a veces. Eras como una llama, pero
justo a punto de dejar de quemar comenzaste a dar gritos de ahogado, diste las últimas
patadas de un náufrago a punto de llegar a la orilla, pero que se ahoga justo
antes de tocar tierra. Me asusté, me dieron ganas de morirme solo para irme yo
en vez de ti, quien se va a quedar con la mesa de madera que te recordaba a tu
abuela, quien se iba a quedar con las pinturas que hiciste cuando estabas
molesta, quien dijo que no nos podemos llevar nuestras pertenencias cuando nos
vamos de aquí.
La locura consume poco a poco, no es algo
rápido, no es algo mordaz, más bien es paulatino, es progresivo, es secuencial,
es como un veneno que no mata pero hace sufrir; hace padecer, no te asesina la
primera vez que te visita, te va arrancando pedazos de ti con cada cita, con
cada encuentro. Me estaba volviendo loco al verte así, me estaba volviendo loco
con tu desapego emocional tan abrupto, no entendía tu facilidad de alejarte, no
entendía tu facilidad para desprenderte. Eras como un hada, feliz, danzante, despreocupada,
te ibas de pronto y volvías por momentos y no te importaba absolutamente nada,
no veías el sufrimiento en los ojos ajenos; te parabas a verme de frente y solo
observabas en mi rostro compungido lo positivo del futuro porvenir, lo positivo
de tu próxima despedida, solo veías en mi fisionomía una nueva posibilidad de
rehacer mi vida como tú pretendías rehacer la tuya; volver a nacer en otra vida,
volver a gatear, volver a aprender a caminar, a hablar, a bailar, a cantar. Pretendías
ser de nuevo un ángel caído del cielo destinado a sufrir los padecimientos
humanos, estabas dispuesta a darle un vuelco a tu vida, como si fueses una
computadora, querías resetear tu destino y nacer aún más hermosa, aun mas radiante,
aun mas lumínica, aun mas ardiente; querías ser un fénix, renacer de entre las
cenizas mucho más potente que la vez anterior y así en un ciclo infinito hasta
que los dioses te convoquen en el Olimpo para convertirte de una vez por todas
en el arcángel que siempre fuiste en la tierra, en la diosa que regía mi
universo.
Eras una mujer loca, tú me volviste loco, tú
me tomaste por los cabellos y agitaste mi cabeza en contra de tu pecho, tú tomaste mis ropas y las lanzaste por la ventana y luego me ayudaste a meterlo
todo de nuevo a dentro. Eras una mujer maniática, una mujer compulsiva, una
mujer obsesiva, obsesionada con mi sexo, con mi ser, con mi hombría, con mis
vellos, con mi voz, con mi encanto; me decías que amabas la manera en que
arqueaba la espalda cuando hacíamos el amor en la mañana aun con las lagañas en
los ojos. Me decías que adorabas como fumaba. Yo empecé a fumar por ti ¿Lo
sabes? No fumaba por despecho, no fumaba por vicio, no fumaba por necesidad, no
fumaba para escaparme de la realidad… No, amada mía, fumaba porque me excitaba
cada vez que tú me mirabas fumando y te mordías el labio, fumaba porque amaba
la sensación que me producía; estaba condicionado. Yo no estaba fumando un
cigarro, yo te estaba fumando a ti, yo no saboreaba el humo del cigarro, yo te
saboreaba a ti, yo no fumaba para morirme; yo fumaba para vivirte.
“La
razón posee una naturaleza pulcra y hacendosa y siempre se esfuerza por llenar
de causas y efectos todos los misterios con los que se topa, al contrario de la
imaginación (la loca de la casa, como la llamaba Santa Teresa de Jesús), que es
pura desmesura y deslumbrante caos.”
La Loca de la Casa.
-Rosa
Montero
Mataste mi pasión ¿Tenias idea de eso?
Pues así fue, me mataste muchas cosas luego que cruzaste el umbral del olvido; me
mataste las esperanzas, los sueños, las ideas, la imaginación se me redujo al tamaño
de la cabeza de un alfiler, me destruiste las murallas de mi castillo, me
tumbaste las columnas de mi orgullo, me torturaste en la silla eléctrica de tu
adiós desmesurado. Me hiciste mucho daño… Si… Me hiciste tanto daño que aun las
cicatrices no han sanado; te escribo esta carta para curar esas heridas, para
sacar las astillas de las flechas que travesaron mi costado cuando me miraste y
luego te fuiste para nunca volver… No sé qué te hice, no sé porque te fuiste
tan rápido, nunca entendí tu fogosidad… Me llené de rabia, me llené de ira, me
llené de tanta impotencia y de deseos de reventar la cama donde dormíamos los
dos abrazados desde el día que te hice por primera vez mía, me dio tanta rabia
verte partir y no poder hacer nada. Maldije el tiempo, maldije el espacio,
maldije a Dios y a todos los santos, maldije al mismo Satanás; no entendía la
complejidad de la vida y de la muerte, no entendía el ciclo de lo bueno y lo malo,
nunca quise entender el lleva y trae de las olas del mar, así como la subida y
la bajada de lo santo y lo demoníaco…
Desde ese siete de noviembre que te
fuiste, aún recuerdo el asopado que dejaste calentando en el microondas, aún está
en la cocina tu taza favorita con los números romanos que trajiste en uno de
tus tantos viajes a Europa, que se destrozó al caer de tus delicadas manos y
los demás insistieron en repararla y conservarla para jamás olvidarte así perdiéramos
todos la memoria. Aun cierro los ojos y veo tu rostro tatuado en mis
parpados, aun siento muchas cosas por ti, aun te amo sin remordimientos, aun me
lleno de rabia al pensar en todos los besos que no te día y te debí haber dado,
aun me arrepiento de los abrazos que pude haber alargado; aun me da tristeza
pensar en todos los “te amo” que no te dije cuando pude hacerlo. Aun lloro
cuando me imagino las caricias que no te di cuando mis manos y tu torno me
aclamaban que lo hiciera… Escribir esta carta me está matando… Pero mejor así, así
me acerco más a ti, y tú a mí.
“Yo
viví eso. Hice muchísimas autopsias y me acostumbré a vivir la muerte. No me
importa ni la mía, ni la de nadie.”
Sangre en el Diván.
-Ibéyise
Pacheco
¿Responderás mi carta? Esa es una pregunta
que no se realmente si te la estoy preguntando a ti, o me la estaré preguntando
mí mismo. Tómala como quieras, tú decides que hacer cuando leas esto; conociéndote
quizás la enmarques y la coloques en algún sitio de tu nuevo hogar, hablaras de
ella con tus nuevos vecinos, con tus nuevos amigos, con tu nuevo esposo, o quizás
con tu nueva esposa; siempre me dijiste que eras una mujer abierta a lo que
fuese, que tú viniste a la vida a disfrutar, no a padecer; que viniste a la
vida a morir en el intento de ser feliz, no a vivir del aburrimiento de las
estructuras mundanas de la falsa moral y de las viejas costumbres de la era de
los ignorantes. Quizás tomes la carta y la perfumes, y la guardes por ahí, en
la misma gaveta donde guardas esa ropa interior que amaba quitarte con la boca;
quizás tomes la carta y te la lleves a tu isla desierta y la entierres en tu
baúl del tesoro, quizás tomes la carta y la leas hasta aprendértela de memoria…
Y luego la quemes en el cenicero de barro que decidiste llevarte contigo solo porque
era mío.
De lo único de lo que estoy realmente seguro
es, que hagas lo que hagas con la carta, así la leas o no, así me entiendas o
no, así me quieras de nuevo o no; jamás recibiré una respuesta de ti, lo sé porque
sí; porque las cosas son así, porque la vida se empeña en que las cosas deben
suceder en un orden del cual aún no estoy muy convencido, y si ese orden no
existiera tampoco existiríamos tú y yo; tampoco te hubieses ido pues nunca
hubieses venido, y muy probablemente tampoco nos hubiésemos conocido. Quiero
saber al menos que la leerás, me corroe la piel la incertidumbre de no saber
realmente que va a pasar, solo tener una vaga idea que se agiganta en mi cabeza
y me hace elucubrar mientras me baño, mientras conduzco, mientras como y
mientras duermo.
Siempre fuiste una mujer intrigante, una
mujer apasionada, una a mujer que guardó muchas cosas dentro de sí y solo compartió
conmigo un poco más que con el mundo entero. Digo que te conozco no porque sea realmente
así; digo que te conozco solo porque sé que conocí un poco más de ti de lo que conoció
la gente ordinaria a tu alrededor. Fuiste una mujer maquinante, poderosa,
estratega, líder, imponente; cuando teníamos sexo tu dominabas, yo solo era tu
sumiso a tus pies, a merced de tus rodillas, a disposición de tus senos caídos
por la edad, fuiste una comandante suprema en el hogar, fuiste la dictadora de
tu vida; nadie ha dominado más que tú, ni el mismo Hitler con sus ejércitos de
nazis cegados, ni Mao con su revolución obligatoria, ni Fidel con su comunismo
obsceno han logrado controlar masas como tú lo hiciste conmigo. Tu amor era lo
único que yo necesitaba para obedecerte, tu cuerpo era la única religión que yo
quería adorar, tu fugaz destello era lo único sobre lo que quería orar, mi
única obligación era contigo y a pesar de todo tú nunca significaste una
obligación para mí; tú eras mi mayor placer, aun cuando vomitabas sangre y te perdías
por horas en los delirios de una decadente moribunda; aun cuando llorabas en
sueños y gritabas despierta; aun cuando sudaste frío y temblabas como un
tempano derretido, aun cuando te me morías en mis brazos y no sabía qué hacer,
aun cuando perdiste cabello, aun cuando tu cara se demacró, aun cuando perdiste
la voz, aun cuando tus labios se encogieron y se marchitaron… Aun así cuando más
nunca volviste a abrir las piernas, aun así y mucho más, aun cuando tu belleza
terrenal se desmayó, yo seguía viendo tu belleza divina, yo apreciaba ese aura
dorada que te envolvía a través de mis ojos, yo te amaba sin importarme que no
recordaras quien era; yo te amaba sin importar que te me fueras con otro hombre
allá en el reino de los cielos, yo te amaba aunque abrieras tus alas y salieras
por ese ventanal que me obligaste a construir porque tú amabas ver el cielo al
despertar… Aun te amaba y siempre lo haré así pase el tiempo y así me corrompa
el desierto de mi soledad.
Mujer yo te amo y esta carta no es
suficiente para decirte todo lo que te quiero decir, solo la continuaré
escribiendo porque quiero decirte que te amo al menos hasta que se me cansen
los dedos, así sea escueto y sin sentido, así sea pobre y miserable, así sea
triste y abatido, te amo, mierda; te amo, maldición; te amo y te odio por
haberme dejado, te odio por haber sido la mujer más maravillosa que me ha tocado
y por haber sido el ser más humano que se ha adentrado en las tinieblas de mi
decadente inconsciente.
Últimamente me siento más cansado, mas
agotado; los parpados se me cierran con mayor facilidad en las noches, me
cuesta menos encontrar el sueño adecuado para perderme en las nubes que rodean a
la luna. Últimamente me siento como tú; como tú te sentías; como tú me contabas
cuando de pronto despertabas en la madrugada, no por haberte interrumpido el
sueño si no para asegurarte tú misma si estabas soñando o ya habías muerto. Es
extraño realmente, bastante extraño; no sé cómo describirlo, solo se me ocurre
la palabra “cansancio” pero es algo más… No sé, es como una alivianes, es como
una sensación parecida a flotar en el agua, no me siento abatido ni literalmente
“agotado” es algo que no te podría describir porque al igual que el amor que
siento por ti, daría vueltas sin cesar en el mismo circulo hasta gastar todas
las hojas de los árboles y secar más de un bosque escribiéndote cartas de amor
y dolor así como el invierno congela las ramas desnudas. No me da tanta hambre,
ya no siento tanto el dolor de espalda cuando me agacho, siento que las cosas
me fastidian menos, siento que la vida se volvió de pronto más amena a mis ojos
amarillentos. Siento realmente muchas cosas, cosas que no sentía desde hace
mucho tiempo; me di cuenta que mis hijos son adultos, me di cuenta que nuestros
hijos ya no son nuestros hijos, ahora le pertenecen a la vida, son de ella y
ella es ahora la que dictamina las órdenes del destino. Me di cuenta que tengo
unos nietos hermosos, tenemos unos nietos maravillosos, muy parecidos a ti en
todo su esplendor, tienen tu viveza, tu astucia, tu fortaleza; tú mismo fuego
les quema las arterias así como el fuego te impulsaba a ti a volar por encima
de las estrellas.
Siento que de todos ellos, todos son
fuego; no heredaron mi apellido, heredaron el tuyo; no heredaron mi rostro, heredaron
el tuyo. Criaste una familia de antorchas, yo mientras tanto fui la laguna
iluminada por el lucero de todos ustedes; siento que esta familia realmente no
es mía, es tuya; y no me refiero a que la desprecie, todo lo contrario, la amo más
que a ninguna; porque en cada detalle, en cada paso, en cada voz, en cada minúscula
molécula de su estructura; veo tu mirada desaprobando mis vicios de hombre
mundano, veo tus manos delicadas y libres que llenaban de color lo que tocaran.
Criaste una familia de artistas, de paganos, de bohemios, de hippies y eso es
lo que más amo de ellos aunque sea todo lo contrario a mí; ya que por esa misma
libertad fue que me enamoré de ti, y por esa misma volatilidad fue que decidí
pasar el resto de mi vida contigo; eres todo lo que yo no tengo, eres todo lo
que desee en algún momento y sigues siendo absolutamente todo lo que admiro de
la tierra combinado en tan solo una persona de unos cuantos pies de altura…
Eres lo que yo quise ser; te digo de todo corazón, espero algún día ser más
parecido a lo que amé profundamente que a lo que quisieron que fuera.
¿Sabes cómo volvió mi inspiración? Pues
además de ese deseo profundo de volver a saber de ti… Cabe acotar que cada día
me siento más cercano a ti; me sentí suficientemente fuerte como para entender
tu posición, entender porque te fuiste, entender porque ya no has vuelto a
saludarme en las mañanas y no me has besado más antes de dormir.
Particularmente me estoy sintiendo tal cual como tú lo describiste sin abrir ni
una sola vez la boca; entiendo todas tus señales, todos tus códigos, todos tus
símbolos; estoy dejando los mismos pasos por donde tú los dejaste, estoy
pensando marcharme también. Claro, yo nunca he sido tan poético en mi andar
como lo fuiste tú, yo soy algo más directo, algo más tosco, yo no saldré por la
puerta de atrás como lo hiciste tú, yo no considero que la puerta principal sea
solo para la vida; también la considero correcta para todo lo demás; ya que uno
siembre debe estar de brazos abiertos dispuestos a recibir lo que traiga
consigo el ventarrón de la vida, para así aprender y congraciarse con ella
misma; si siempre recibes a la vida en la puerta principal y de buen agrado,
ella con gusto te vendrá a buscar algún día con una feliz sonrisa y un gran abrazo,
para agradecerte a ti todo lo que has hecho por ella en estos últimos años.
Me desvanezco, pierdo fuerzas, me cuesta
escribir, me cuesta despertar… Hace tiempo me di cuenta de algo, de todos los
nietos si hay uno como yo; que sea agua, que sea río, que sea receptor; es una
linda niña llamada Olivia, de ojos verdes como los tuyos; que aunque tiene tú
mismo porte y tú misma cara; tiene el carácter soluble, bondadoso, pasivo,
evolucionado, no es motor… Al igual que yo, no es viento… Al igual que yo… Es
una veleta, dejada por los caminos de la lluvia, impulsada por el amor ajeno y
perdida por el mundo de las ideas… Se parece tanto a mí que ha sido con la que más
he compartido estos últimos días… Si la hubieses conocido, te fascinaría; te
hubieses enamorado de ella como lo hiciste de mi hace tantos años atrás cuando
en vez de un vestido blanco, preferiste uno rosa, porque estabas harta de las
costumbres y porque preferías ser sencillamente tú misma a desmedida, que ser algo
que no estabas dispuesta a tolerar por el resto de tu vida.
La niña Olivia me dio un beso en la
frente, como lo hacen los padres con sus hijos, porque ella se dio cuenta que
ya yo no era un viejo, había vuelto a ser niño; ella se dio cuenta que ya yo no
estaba en la edad madura…. Si no que comenzaba de nuevo el ciclo de la vida….
Quien dijo que la vida comienza cuando nacemos… La vida comienza cuando sabes
que la anterior se está acabando… Pues comienzan las limpiezas, comienzas a
olvidar lo malo junto con lo bueno, comienzas a perder las moralidades dañinas
del ser humano y de nuevo te conviertes en un ser inocente y vulnerable,
dispuesto a comenzar de nuevo a escribir sobre el papel en blanco…
La niña Olivia se acostó junto a mí, y llorando
me quitó el lapicero de la mano, me dijo que ya estaba bueno, que era hora de
que yo fuese amado tanto como yo amaba a los demás; me dio un fuerte abrazo, siguió
llorando hasta que se quedó dormida. Las luces comenzaron a apagarse, volví a
sentirme liviano de nuevo y volví a sentir tu perfume de nuevo. Me levante de
la cama y dejé a Olivia acostada, arropada con esas sabanas de seda que no permitías
que nadie las lavara si no sabían cómo cuidarlas. Me puse mi mejor traje, me
lave la cara y me perfumé hasta los pies, me vi en el espejo y me sonreí de
reojo. Estaba feliz porque te volvería a ver, estaba feliz porque te encontraría
de nuevo… Tomé el vaso de agua que me había traído mi nieta, transparente como
su espíritu infantil; tome unas de las cuantas pastillas para dormir, de esas
blancas redondeadas ¿Sabes? De esas mismas que tú metiste en tu bolso antes de
salir por la puerta de atrás sin mirarme de nuevo a los ojos. Me senté en la
mecedora mientras anochecía adentro, porque afuera a penas amanecía. No quise
despertar de nuevo a Olivia, le di un beso en una de las mejillas con la misma
ternura con la que ella me lo había dado y coloqué esta carta y un lapicero
entre sus manos adormecidas, para que fuese una creadora de vivencias como tú y
yo lo fuimos en nuestros mejores años.
De pronto te vi entrar al cuarto con tu
traje de gala, joven y radiante, como una fogata recién encendida, en el pleno
cenit de las brasas ardientes. Tomaste mi mano y nos fuimos caminando por la
vereda, me mudé contigo a tu nuevo hogar; mucho más allá del distrito en donde
nos conocimos, en otra era que ya pronto no recordare más.